Querido amigo/a, lector/a:
Siempre
me ha gustado leer pero más extraer del libro, su savia espiritual; la cual
guardo como guía para mi futura vida.
Ahora pretendo compartir esa sabiduría de vida contigo porque si a mí me
ha servido y mucho, estoy segura que a ti…también podría serte útil en la tuya.
Sólo esa es la intención de este blog, con el permiso y respeto de los autores
escogidos para tal fin.
Inicio
esta nueva aventura con el primer libro que me obligó a subrayar los mensajes
intrínsecos en su texto.
Este fue:
“Donde
el corazón te lleve” por Susanna Tamaro.
Les
cuento que se trata de
un diario,
escrito en forma de cartas a su nieta, con las reflexiones de su vida. ¡Mejor
herencia…Imposible!
Pura sabiduría, pura
savia que extraigo y comparto aquí con ustedes, esperando sea de su agrado.
- La
infancia y la vejez se parecen. En ambos casos, por motivos diferentes, somos
más bien inermes, todavía no participamos – o ya no participamos - en la vida
activa y eso nos permite vivir con una sensibilidad sin esquemas, abierta.
- Es
durante la adolescencia cuando empieza a formarse alrededor de nuestro cuerpo
una coraza invisible. Se forma durante la adolescencia y sigue aumentando a lo
largo de toda la edad adulta. El proceso de su crecimiento se parece un poco al
de las perlas: cuanto más grande y profunda es la herida, más fuerte es la
coraza que se le desarrolla alrededor. Pero después, con el paso del tiempo,
como un vestido que se ha llevado demasiado, en los sitios de mayor roce
empieza a desgastarse, deja ver la trama, repentinamente por un movimiento
brusco se desgarra. Al principio no te das cuenta de nada, estás convencida de
que la coraza todavía te envuelve por completo, hasta que un día, de pronto,
ante una cuestión estúpida y sin saber por qué vuelves a encontrarte llorando
como un niño. Cuando te digo que entre tú y yo ha brotado una divergencia
natural, quiero decir precisamente eso. En algún momento algo se rompió. La
culpa no fue ni tuya ni mía, sino solamente de las leyes de la naturaleza.
- Repentinamente
había ante mí una persona nueva y yo no sabía ya cómo hacer frente a esa
persona.
- Las
lágrimas que no brotan se depositan sobre el corazón, con el tiempo lo cubren
de costras y lo paralizan como la cal que se deposita y paraliza los engranajes
de la lavadora.
- Cada
cual obtiene su inspiración del mundo que mejor conoce.
- Suele
decirse que las culpas de los padres recaen sobre los hijos, las de los
abuelos sobre los nietos, las de los bisabuelos sobre los bisnietos. Hay
verdades que llevan consigo una sensación de liberación y otras que imponen el
sentido de lo tremendo. Esta pertenece a la segunda categoría. ¿Dónde se acaba
la cadena de la culpa? ¿En Caín? ¿Será posible que todo haya de alejarse tanto?
¿Hay algo detrás de todo esto? En un cierto libro hindú leí que el hado posee
todo el poder, en tanto que la fuerza de la voluntad es tan sólo un pretexto.
Tras haber leído aquello, una gran paz se aposentó en mi interior. Pero al día
siguiente, sin embargo, pocas páginas más adelante, encontré que decía que el
hado no es otra cosa que el resultado de las acciones pasadas: somos nosotros,
con nuestras propias manos, quienes forjamos nuestro destino. Por lo tanto,
volví a encontrarme en el punto de partida. “¿Dónde está el cabo de esta madeja?
–me pregunté -. ¿Cuál es el hilo que se devana? ¿Es un hilo o una cadena? ¿Se
puede cortar, romper, o bien nos envuelve para siempre?”
- Tengo
la sensación de que en estos últimos años se ha puesto muy de moda hablar de
esas cosas: antaño dichos argumentos eran tema de unos pocos elegidos; ahora,
en cambio, están en boca de todo el mundo.
En un periódico leí que en América existen incluso grupos de
auto-concienciación de la reencarnación.
La gente se reúne y habla de sus existencias anteriores. Así, un ama de
casa dice: “Durante el siglo pasado, en Nueva Orleans, era una mujer de la
calle y por eso ahora no consigo serle fiel a mi marido”, en tanto que el
empleado de una gasolinera, racista, encuentra la razón de su odio en el hecho
de haber sido devorado por los bantúes durante una expedición en el siglo XVI.
¡Qué lamentables estupideces! Habiendo perdido las raíces de la cultura propia,
se intenta remediar con existencias pasadas lo gris e inseguro del presente. Si
el ciclo de las vidas tiene un sentido, me parece, ciertamente, un sentido muy
distinto.
- Al
fin de librarse del destino que nos impone el ambiente de origen, aquello que
los antepasados nos trasmiten por la vía de la sangre, ¿existe alguna fisura?
¡Quién sabe!
- Su
presunta “perfección” me hacía sentir que yo era mala, y la soledad era el
precio de mi maldad. Cuánto más me esforzaba en parecerme a mi hermana, más
descorazonada me sentía. Renunciar a uno mismo lleva al desprecio. Del desprecio a la rabia el paso es
corto. Cuando comprendí que el amor de
mi madre era un asunto relacionado con la mera apariencia, con cómo tenía que
ser yo y no con cómo era realmente, en el secreto de mi cuarto y en el de mi
corazón empecé a odiarla. Para evadirme de
ese sentimiento me refugié en un mundo totalmente mío.
- De
esa desazón pronto nació en mi interior una gran soledad, una soledad que con
el paso de los años se volvió enorme, una especie de vacío en el que me movía
con los gestos lentos y torpes de un buzo. La soledad también nacía de las preguntas
que me planteaba y a las que no sabía darles respuestas.
- Detrás
de la máscara de la libertad se esconde frecuentemente la dejadez, el deseo de
no implicarse. Hay una frontera sutilísima; atravesarla o no atravesarla es
asunto de un instante, de una decisión que se asume o se deja de asumir; de su
importancia te das cuenta sólo cuando el instante ya ha pasado. Sólo entonces
te arrepientes, sólo entonces comprendes que en aquel momento no tenía que
haber libertad, sino intromisión: estabas presente, tenías conciencia, de esa
conciencia tenía que nacer la obligación de actuar. El amor no conviene a los
perezosos, para existir en plenitud exige gestos fuertes y precisos.
- La
idea del destino es un pensamiento que aparece con la edad. Cuando se tienen
los años que tienes tú, generalmente no se piensa en ello, todo lo que ocurre
se ve como fruto de la propia voluntad. Te sientes como un obrero que, poniendo
una piedra tras otra, construye ante sí el camino que habrá de recorrer. Sólo
mucho más adelante te das cuenta de que el camino ya está hecho, alguien lo ha
trazado para ti, y todo lo que puedes hacer es avanzar. Es un descubrimiento
que habitualmente se produce hacia los cuarenta años: entonces empiezas a
intuir que las cosas no dependen solamente de ti. Para ver el destino en toda su realidad has
de dejar que transcurran algunos años más. Hacia los sesenta, cuando el camino
a tus espaldas es más largo que el que tienes delante, ves una cosa que antes
nunca habías visto: el camino que has recorrido no era recto, sino que estaba
lleno de bifurcaciones, a cada paso había una flecha que señalaba una dirección
diferente; a cierta altura se habría un sendero, en otro sitio una senda
herbosa que se perdía en los bosques. Cogiste alguno de esos desvíos sin darte
cuenta, otros ni siquiera los vistes; no sabes adónde te habrían llevado los
que dejaste de lado, si a un sitio mejor o peor; no lo sabes, pero igualmente
sientes añoranza. Podías haber hecho algo y no lo has hecho, has vuelto hacia
atrás en vez de avanzar. Como el juego de la Oca. La vida se desarrolla más o
menos de la misma manera. A lo largo de los cruces de tu camino te encuentras
con otras vidas: conocerlas o no conocerlas, vivirlas a fondo o dejarlas correr
es asunto que sólo depende de la elección que efectúas en un instante. Aunque
no lo sepas, en pasar de largo o desviarte a menudo está en juego tu
existencia, y la de quien está a tu lado.
- La
felicidad es respecto a la alegría, como una lámpara eléctrica es respecto al
sol. La felicidad siempre tiene un objeto, somos felices por algo, es un
sentimiento cuya existencia depende de lo exterior. La alegría, en cambio, no
tiene objeto. Te posee sin ningún motivo aparente, en su esencia se parece al
sol: arde gracias a la combustión de su propio corazón.
- A
lo largo de los años me he abandonado a mí misma, a la parte más profunda de
mí, para convertirme en otra persona, la que mis padres confiaban que llegase a
ser. He dejado mi personalidad para adquirir un carácter. El carácter, ya
tendrás ocasión de comprobarlo, es mucho más apreciado en el mundo que la
personalidad. Pero carácter y personalidad, contrariamente a lo que se suele
creer, no se acompañan; es más, la mayor parte de las veces se excluyen de
manera perentoria el uno al otro. No creas que fue un proceso natural abandonar
la personalidad para fingir un carácter. Algo en el fondo de mí seguía
rebelándose: una parte quería seguir siendo yo misma, en tanto que la otra,
para ser querida, debía adaptarse a las exigencias del mundo. ¡Qué dura
batalla! Detestaba a mi madre, a esa
manera suya superficial y vacía de actuar. La detestaba y sin embargo,
lentamente y contra mi voluntad, me estaba volviendo precisamente como ella.
Esta es la extorsión grande y terrible de la educación, a la que es casi
imposible sustraerse. Ningún niño puede vivir sin amor. Por eso nos acomodamos
al modelo que se nos impone, incluso si no lo encontramos justo. El efecto de
este mecanismo no desaparece con la edad adulta. Cuando eres madre vuelve a
aflorar sin que tú te des cuenta o lo quieras, vuelve a condicionar tus
acciones. De tal suerte yo, cuando nació tu madre, estaba absolutamente segura
de que me comportaría de diferente manera. Efectivamente, así lo hice, pero esa
diversidad era toda superficial, falsa. A
fin de no imponerle a tu madre un modelo, tal como me lo habían impuesto
anticipadamente a mí, siempre le dejé la
libertad de escoger; quería que se sintiese aprobada en todos sus actos, no
hacía más que repetirle: “Somos dos personas diferentes y en la diversidad
tenemos que respetarnos”.
- Había
en todo esto un error, un grave error. ¿Sabes cuál era? Era mi falta de
identidad. Aunque ya era adulta, no me sentía segura de nada. No conseguía
amarme, sentir estima de mí misma. `
- El
remordimiento más grande es el de no haber tenido nunca la valentía de
plantarle cara, el no haberle dicho nunca: “estás equivocada del todo, estás
haciendo una tontería”. Sentía que en
sus palabras había unos eslóganes peligrosos, cosas que, por su bien, yo
hubiera tenido que cortar de cuajo inmediatamente; y, sin embargo, me abstenía
de intervenir. La indolencia no tenía nada que ver con esto. Los asuntos que
discutíamos eran esenciales. Lo que me hacía actuar – mejor dicho, no actuar
- era la actitud que me había enseñado
mi madre. Para ser amada tenía que eludir el choque, simular que era lo que no
era. Tu madre era prepotente por
naturaleza, tenía carácter y yo temía el enfrentamiento abierto, tenía miedo de
oponerme. Si la hubiese amado
verdaderamente habría tenido que indignarme, tratarla con dureza; habría tenido
que obligarla a hacer determinadas cosas o a no hacerlas en absoluto. Tal vez
era justamente eso lo que ella quería, lo que necesitaba. ¡A saber por qué las
verdades elementales son las más difíciles de entender! Si en aquella
circunstancia yo hubiese comprendido que la primera cualidad del amor es la
fuerza, probablemente los sucesos se habrían desarrollado de otra manera. Pero
para ser fuertes hay que amarse a uno mismo; para amarse a uno mismo hay que conocerse
a fondo, saberlo todo acerca de uno, incluso las cosas más ocultas, la que
resulta más difícil aceptar: ¿Cómo se puede llevar a cabo semejante proceso
mientras la vida te arrastra hacia delante con su estrépito? Puede hacerlo
desde el comienzo solamente quien está provisto de extraordinarias dotes. A los
mortales corrientes, a las personas como yo, como tu madre, no les queda otro
destino que el de las ramas y los envases de plástico. Alguien – o el viento -
de pronto, te arroja a la corriente de un río: gracias a la materia de que
estás hecha, en vez de hundirte, flotas;
eso ya te parece una victoria y por lo tanto, inmediatamente, empiezas a
viajar, te deslizas veloz según la dirección que te impone la corriente; de vez
en cuando, a causa de alguna maraña de raíces o de alguna piedra, te ves
obligada a detenerte; allí permaneces un tiempo, golpeada por las aguas
agitadas; después el agua sube y te libera, avanzas nuevamente; cuando la
corriente es tranquila te mantienes en la superficie, cuando hay rápidos el
agua te sumerge; no sabes hacia dónde estás yendo ni te lo has preguntado
nunca; en los trechos más tranquilos tienes ocasión de observar el paisaje, las
riberas, los matorrales; más que los detalles, ves las formas, los colores, vas
demasiado rápido para ver más; después, con el tiempo y los kilómetros, las
riberas son cada vez más bajas, el río se ensancha, todavía tienes márgenes.
Pero por poco tiempo. “¿Adónde estoy yendo?”, te preguntas entonces, y en ese
momento se abre ante ti el mar.
- Gran
parte de mi vida ha sido así. Más que nadar, he manoteado
desordenadamente. Con gestos inseguros y
confusos, sin elegancia ni alegría, tan sólo he conseguido mantenerme a flote.
- A
veces divago, en vez de tomar el camino principal, frecuentemente y de buen
grado me meto en senderos humildes. Da la sensación de que me he extraviado y
acaso no se trata de una sensación: me he extraviado de veras. Pero éste es el
camino que requiere eso que tú tanto buscas,
el centro.
- La
resolución de los problemas proviene de la experiencia cotidiana, del hecho de
ver las cosas como verdaderamente son y no como deberían ser según otros. En el
momento en que empezamos a arrojar el lastre, a eliminar lo que no nos
pertenece, lo que proviene del exterior, es cuando ya estamos bien encaminados.
- En
la vida hace falta tener generosidad: cultivar el pequeño carácter propio sin
ver nada más de lo que hay alrededor, significa seguir respirando pero estar ya
muerto.
- Observando
las diferentes antenas que vibraban en el aire, pensé que el hombre se parece
cada vez más a una radio que solamente es capaz se sintonizar una franja de
frecuencia. Aunque en el dial están indicadas todas las frecuencias, en
realidad al mover el sintonizador sólo logras captar una o dos a lo sumo; todas las demás siguen siendo zumbidos en el
aire. Me parece que el uso excesivo de la mente produce más o menos el mismo
efecto: de toda la realidad que nos rodea sólo logramos captar una parte
restringida. Y en esa parte frecuentemente impera la confusión porque está toda
repleta de palabras, y las palabras, la mayor parte de las veces, en lugar de
conducirnos a un sitio más amplio nos hacen dar vueltas como un tiovivo.
- La
comprensión exige silencio. Cuando era joven no lo sabía, lo sé ahora que merodeo
por la casa muda y solitaria como un pez en su esférica pecera de cristal. Es
como limpiar el suelo sucio con una escoba o con una fregona mojada: si usas la
escoba, gran parte del polvo se eleva en el aire y vuelve a caer sobre los
objetos de la habitación; si usas la fregona mojada, en cambio, el suelo queda
reluciente y limpio. El silencio es como la fregona húmeda, aleja para siempre
la opacidad del polvo. La mente es prisionera de las palabras, si hay un ritmo
que le pertenece es el ritmo desordenado de los pensamientos; el corazón, en
cambio, respira, es el único que late entre los órganos, y es ese latir lo que
le permite entrar en sintonía con otros latidos más vastos.
- Si
la luna puede levantar los mares y lograr que crezca más deprisa la achicoria
del huerto, ¿por qué no habría de tener también el poder de influir sobre
nuestros humores? Agua, gases,
minerales, ¿de qué otra cosa estamos hechos?
- Las
mujeres, con más de treinta años, si todavía no tienen hijos, las asalta un extraño frenesí, quieren tener
uno a toda costa, de qué manera y con quién no tiene la menor importancia. Dueñas de la administración de su propio
cuerpo, por lo tanto, tener o no tener un hijo dependía solamente de ellas. El
hombre no era sino una necesidad biológica, y había que utilizarlo como simple
necesidad, según las feministas del momento.
La capacidad de poder dar vida otorga una sensación de omnipotencia. La
muerte, la tiniebla y la precariedad se alejan, introduces en el mundo otra
parte de ti misma; ante este milagro todo el resto desaparece.
- Sé
que nosotros somos seres humanos, cada uno de nosotros nace con una cara
diferente a todas las demás y esa cara la llevamos a cuestas durante la
existencia entera. Los animales nacen con un rostro igual a los demás animales
de su especie. En la naturaleza el aspecto es siempre el mismo, en tanto que el
hombre y nadie más tiene un rostro. Un rostro donde está todo. Está tu
historia, están tu padre, tu madre, tus abuelos y bisabuelos, tal vez incluso
algún tío lejano del que ya nadie se acuerda. Detrás del rostro está la
personalidad, las cosas buenas y las no tan buenas que has recibido de tus
antepasados. El rostro es nuestra primera identidad, aquello que nos permite
situarnos en la vida diciendo: “Pues bien, aquí estoy”. Hay personas que
persiguen toda la existencia el rostro de su madre o de su padre. Sustrayendo
los rasgos de la familia materna, tratabas de formarte una idea acerca del
rostro del hombre que te había engendrado. Asunto que no habían reflexionado el
movimiento feminista: que algún día el hijo, mirándose en el espejo,
comprendería que dentro de él había algún otro y que querría saberlo todo
acerca de ese otro.
- No
se puede huir de las falsedades, de las mentiras. O, mejor dicho, se puede huir
durante algún tiempo, pero después, cuando menos te lo esperas, vuelven a
aflorar, ya no son dóciles como en el momento en que las dijiste, aparentemente
inofensivas, no; durante el período de alejamiento se han convertido en
monstruos horribles, en ogros que todo lo devoran. Las descubres y un segundo
después, te atropellan, te devoran y contigo, todo lo que te rodea, con una
avidez tremenda.
- El
funcionamiento de la memoria parece un poco al del congelador. ¿Tienes presente
lo que ocurre cuando de él sacas algún alimento conservado largo tiempo? Al principio está rígido como una baldosa,
carece de olor, de sabor, está recubierto por una pátina blanca; pero cuando lo
pones al fuego, poco a poco recobra su forma y su color, llena la cocina con su
aroma. De la misma manera, los recuerdos
tristes dormitan largo tiempo en una de las innumerables cavernas de la
memoria; se mantienen allí durante años, decenios, la vida entera. Después, un buen día vuelven a la superficie,
el dolor que los había acompañado vuelve a estar presente, tan intenso y
punzante como lo era aquel día de hace tantos años.
- Sentía
marchitarse mi cuerpo sin haber vivido y eso me inundaba de tristeza. Además me
sentía sola, muy sola. Desde que existía no había tenido nunca a nadie con quien
hablar, quiero decir con quien hablar de verdad. Era muy inteligente, leía
mucho, pero toda esa supuesta inteligencia no conducía a ninguna parte, qué sé
yo: no era capaz de emprender un gran viaje, ni de estudiar algo en
profundidad. Me sentía las alas despuntadas por el hecho de no haber ido a la
universidad. En realidad, la causa de mi ineptitud, de mi incapacidad de lograr
que mis dotes dieran fruto, no provenía de eso. Mi freno era otro: un pequeño
muerto en mi interior. Era él quien me frenaba, era él quien me impedía
avanzar. Yo me quedaba quieta y aguardaba. ¿A qué? No tenía idea.
- El
Azar. En la lengua hebraica esa palabra no existe: para indicar algo que se
refiere a la casualidad se ven obligados a utilizar la palabra “azar”, que es
de origen árabe. Cómico, pero también tranquilizador; donde hay Dios, no hay
sitio para el azar, ni siquiera para el humilde vocablo que lo representa. Todo
está ordenado y regulado desde las alturas, cada cosa que te ocurre, te ocurre
porque tiene un sentido.
- Como
todas las esposas burguesas, yo sólo tenía que programar el almuerzo y la cena:
por lo demás no tenía nada que hacer. Tenía en la cabeza muchos pensamientos y
no lograba poner claridad entre ellos. ¿Lo quiero, me preguntaba
repentinamente, o todo ha sido un gran deslumbramiento? Cuando estábamos
sentados a la mesa, o por las noches en la sala, lo miraba y al mirarlo me
preguntaba: ¿Qué es lo que siento? Sentía ternura, eso era seguro, y con toda
certeza él sentía lo mismo hacia mí. Pero, ¿era eso el amor? ¿Simplemente eso?
No habiendo sentido nunca otra cosa, no lograba encontrar una respuesta. Después de seis meses de esa clase de
existencia me sentí completamente apagada. El pequeño muerto interior se había
convertido en un muerto enorme; yo actuaba como una autómata, tenía la mirada
opaca. Cuando hablaba, sentía distantes mis palabras, como si salieran de la
boca de otra persona. ¿Adónde había ido
a parar el hombre agradable y disponible del tiempo del galanteo? ¿Era posible
que el amor tuviese que terminar de esa manera?
Yo estaba allí, le brindaba calor y basta.
- ¿Lo
odiaba? No; te parecerá extraño, pero no lograba odiarlo. Para odiar a alguien
es necesario que te hiera, que te haga daño.
Él no me hacía nada, esa era la cuestión. Es más fácil morirse de nada
que de dolor: una puede rebelarse ante el dolor; ante la nada, no. Mientras tanto me consumía, al mirarme al
espejo cada mañana, me veía cada vez más fea.
- ¿Sabes
cuál es el error en el que siempre incurrimos? El de creer que la vida es
inmutable, que una vez metidos en unos raíles hemos de recorrerlos hasta el
final. En cambio, el destino tiene mucha más fantasía que nosotros. Justamente
cuando crees encontrarte en una situación que no tiene escapatoria, cuando
llegas al ápice de la desesperación, con la velocidad de una ráfaga de viento
cambia todo, queda patas arriba, y de un momento a otro te encuentras viviendo
una nueva vida.
- Si
había decidido partir era sobre todo por un gran deseo de soledad, sentía la
necesidad de estar en compañía de mí misma, de una manera diferente, de la que
había vivido durante los años anteriores. Había sufrido. Casi todo estaba
muerto dentro de mí, yo era como una pradera después de un incendio, todo se
veía negro, carbonizado. Sólo con la lluvia, el sol, el aire, lo poco que había
quedado debajo podría poco a poco encontrar la energía para volver a crecer.
- “Si
camino por esta zona oigo todas las voces de los muertos, no puedo dar un par
de pasos sin quedar aturdida.
Gritan todos de una manera terrible:
cuanto más jóvenes han muerto, con más fuerza gritan” - hablaba una médium- después
explicó que, en los sitios en que se había producido alguna acción
violenta, algo quedaba para siempre alterado en la atmósfera: el aire queda
corroído, ya no es compacto, y esa corrosión, en vez de liberar sentimientos
benévolos a manera de contrapeso, favorece la realización de nuevos excesos. En
otras palabras: donde se ha derramado sangre volverá a derramarse sangre, y
sobre ésta más y más aún. “La tierra –
había dicho la médium - es como un
vampiro: apenas prueba la sangre quiere más sangre fresca, cada vez más”.
- Entre
nuestra alma y nuestro cuerpo hay muchas pequeñas ventanas y a través de éstas,
si están abiertas, pasan las emociones, si están entornadas se cuelan apenas;
tan sólo el amor puede abrirlas de par en par a todas y de golpe, como una
ráfaga de viento.
- Cuando
experimentes el amor, entenderás qué variados y cómicos pueden ser sus
efectos. Mientras no estás enamorada,
mientras tu corazón es libre y tu mirada no es de nadie, entre todos los
hombres que podrían interesarte ni uno solo se digna prestarte atención;
después, en el momento en que te sientes atrapada por una única persona y no te
importan los demás absolutamente nada, todos te persiguen, pronuncian dulces
palabras, te galantean. Es el efecto de las ventanas que antes mencioné: cuando
están abiertas, el cuerpo da al alma una gran luz e igualmente el alma al
cuerpo, con un sistema de espejos se iluminan entre sí. En breve se forma a tu
alrededor una especie de halo dorado y cálido, y ese halo atrae a los hombres
como la miel atrae a los osos.
- La
facilidad de las relaciones trivializa el amor, que transforma la intensidad
del arrebato en una infatuación pasajera.
- Parecerá
raro, pero la máxima felicidad, al igual que la máxima desdicha, trae consigo
siempre este contradictorio deseo: lo más bello en este momento, sería
morir. Tenía la sensación de estar en la
ruta desde hacía mucho tiempo, de haber caminado durante años y años por sendas
abruptas, a través de matorrales; para avanzar me había abierto un estrecho
sendero con un hacha; avanzaba y de todo lo que había a mi alrededor – salvo lo
que estaba a mis pies – nada había visto; no sabía adónde estaba yendo, ante mí
podía haber un abismo, un barranco, una gran ciudad o un desierto; después, de pronto, el matorral se había
abierto, sin darme cuenta había ascendido hacia lo alto. Repentinamente me encontraba en la cumbre de
una montaña, el sol acababa de asomar y ante mí, con diferentes esfumados,
otras montañas se escalonaban hacia el horizonte; todo era de un color azul
celeste, una ligera brisa acariciaba la cima, la cima y mi cabeza, mi cabeza y
dentro de ella mis pensamientos. Desde
abajo ascendía de vez en cuando algún rumor, el ladrido de un perro, el repicar
de las campanas de alguna iglesia. Cada
cosa era al mismo tiempo leve e intensa.
En mi interior y fuera de mí todo se había vuelto claro, ya nada se
superponía, nada se convertía en sombra, yo no tenía ya ganas de volver a
bajar, de meterme en la maleza; quería zambullirme en ese color celeste y
quedarme allí para siempre, dejar la vida en el momento más alto.
- Un
hijo. Era la realización de un deseo, acaso el deseo más grande y más intenso
de mi vida entera. Cuando se ama a un
hombre – cuando se le ama con la totalidad del cuerpo y el alma - lo más
natural es desear un hijo de él. No se
trata de un deseo inteligente, de una elección fundada en criterios racionales. Todo el sentido común estaba contra esa
decisión, sin embargo, esa decisión era más fuerte que todo el sentido común,
era un frenesí, una avidez de perpetua posesión.
- No
nos entristezcamos por haberla perdido, sino agradezcamos el haberla tenido.
- Cuando
lo conocí, cuando nació nuestro amor, me había convencido de que toda mi vida
estaba solucionada, me sentía feliz de existir por todo aquello que existía
conmigo; sentía que había llegado al punto más elevado de mi camino, al punto
más estable, estaba segura de que nada ni nadie podría lograr arrancarme de
allí. Había en mi interior una seguridad un poco orgullosa de las personas que
lo entienden todo. Durante muchos años me había sentido segura de haber
recorrido el camino con mis propias piernas; en realidad, no había dado un paso
sola. Aunque nunca me había dado cuenta, debajo de mí había un caballo, era él
quien había avanzado por el camino, no yo. En el momento que desapareció el
caballo reparé en mis pies, en hasta qué extremo eran débiles; yo quería
caminar y mis tobillos cedían, los pasos
que daba eran los pasos inseguros de un niño muy pequeño o de un viejo. Por un
momento pensé en aferrarme a un bastón cualquiera: la religión podía ser uno,
el trabajo otro. Casi en seguida me di cuenta que se iba a tratar del enésimo
error. A los cuarenta años ya no hay lugar para los errores. Si de pronto nos
encontramos desnudos, es necesario tener el coraje de contemplarse en el espejo
tal como uno es. Tenía que empezarlo todo desde el principio. Claro, pero,
¿desde dónde? Tan fácil era decirlo, como difícil hacerlo. ¿Dónde estaba yo?
¿Quién era? ¿Cuándo había sido yo por última vez?
- Comprensión
y superficialidad no son asuntos de años, sino del camino que cada uno recorre.
- “Antes
de juzgar a una persona, camina durante tres lunas con sus mocasines”. Vistas
desde fuera, muchas existencias parecen equivocadas, irracionales, locas. Mientras nos mantenemos fuera es fácil
entender mal a las personas, sus relaciones. Solamente estando dentro,
solamente caminando tres lunas con sus mocasines pueden entenderse sus
motivaciones, sus sentimientos, aquello que hace que una persona actúe de una
manera en vez de hacerlo de otra. La comprensión nace de la humildad, no del
orgullo del saber.
- Entender
de dónde venimos, qué hubo antes de nosotros, es el primer paso para poder
avanzar sin mentiras. Cometer errores es natural, irse sin haberlos comprendido
hace que se vuelva vano el sentido de una existencia. Las cosas que nos ocurren
nunca son finalidades en sí mismas, gratuitas; cada encuentro, cada pequeño
suceso encierra un significado, la comprensión de nosotros mismos nace de la
disponibilidad para recibirlos, la capacidad de cambiar de dirección en
cualquier momento, de dejar la vieja piel como las lagartijas al cambiar la
estación.
- Gnosei seauton. Conócete a ti mismo. Aire,
respiración. Frase que me hizo poner un punto antes de volver a avanzar. Si no lo hubiese puesto, hubiera seguido
repitiendo las mismas equivocaciones que había cometido hasta aquel momento.
Para librarme del recuerdo de mi amante hubiera podido buscarme otro amante, y
después otro y otro más; en la búsqueda de una copia de él, en el intento de
repetir lo que ya había vivido, habría experimentado con docenas de hombres.
Nadie hubiera sido igual al original y yo habría cada vez más insatisfecha y
acaso ya vieja y ridícula, me habría rodeado de hombres jóvenes. ¿Comprendes?
Encontrar escapatorias cuando uno no se quiere mirar dentro de uno mismo es la
cosa más fácil de este mundo, siempre existe una culpa exterior, hace falta
mucha valentía para aceptar que la culpa – o, mejor dicho, la responsabilidad –
nos pertenece tan sólo a nosotros. Sin
embargo, es la única manera de seguir avanzando. Si la vida es un recorrido, se
trata de una recorrida siempre cuesta arriba.
- A
los cuarenta años comprendí desde dónde tenía que arrancar. Comprender adónde
quería llegar ha sido un largo proceso, lleno de obstáculos, pero apasionante.
- El
único maestro que existe, el único verdadero y creíble, es la propia
conciencia. Para dar con ella hay que mantenerse en silencio – en soledad y en
silencio -, hay que estar sobre la tierra desnuda, desnudo y sin nada
alrededor, como si ya estuviésemos muertos. Al principio no percibes nada, lo
único que sientes es terror pero después, en lo profundo, lejana, empiezas a
oír una voz. Es una voz tranquila y tal vez al principio te irrite con su
trivialidad. Es extraño: cuando lo que
esperas es oír las cosas más grandes, aparecen ante ti las pequeñas. Son tan pequeñas y tan obvias que podrías
gritar: “Pero, ¿cómo? ¿esto es todo?”. Si la vida tiene un sentido – te dirá la
voz - ese sentido es la muerte, todas las demás cosas sencillamente giran
alrededor de ella. Saberlo con el pensamiento es una cosa y saberlo con el
corazón es otra completamente distinta.
- Los
muertos pesan, no tanto por su ausencia, como por lo que entre ellos y nosotros
no ha sido dicho.
- Sólo
el dolor hace crecer, pero al dolor hay que enfrentarlo directamente; quien se
escabulle o se compadece está destinado a perder. El corazón del hombre es como
la tierra, una mitad iluminada por el sol y la otra mitad en la sombra. Ni
siquiera los santos tenían luz en todas partes. Por el simple hecho de que
existe el cuerpo somos sombra de todas maneras, somos anfibios como las ranas:
una parte de nosotros vive aquí, en lo bajo, y la otra tiende hacia lo
alto. Vivir es tan sólo tener conciencia
de esto, saberlo, luchar para que la luz no desaparezca derrotada por la
sombra. Desconfía de quien es perfecto, de quien tiene las soluciones ya listas
en el bolsillo, desconfíe de todo, salvo de lo que te dice tu corazón.
- ¿Qué
se hace para tener fe? – no se hace, la fe viene. Usted ya la tiene, pero su
orgullo le impide admitirlo, se plantea demasiadas preguntas, complica las
cosas que son simples. En realidad sólo tiene un miedo tremendo. Déjese llevar
y lo que ha de venir vendrá”.
Conversaciones con un jesuita alemán. Hizo crecer en mí una serena
conciencia de existir. Prado sobre el prado, encina bajo la encina, persona
entre las personas.
- Luchar
por una idea sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas
que se pueden hacer. Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los
árboles, recuerda su manera de crecer.
Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la
primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a
duras penas deja circular su savia. Raíces y copa han de tener la misma medida,
has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y
reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de
frutos.
- Y
luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te
metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira
con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al
mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún.
Quédate quieta, en silencio, y escucha a
tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve dónde él te lleve.